20 de febrero de 2012

Carta de Jesús Castro sobre el CIE de Algeciras

Hemos recibido esta carta del misionero linarense Jesús Castro (a quien podéis ver en la foto junto con la también misionera Ana García), contándonos parte de su experiencia en el CIE de Algeciras, ese centro de reclusión de inmigrantes a la espera de ser deportados a su país. Merece la pena leerla. Nos habla de "Droit au but" (directo al gol), que es el nombre de un equipo de fútbol que hicieron unos chavales del Centro para jugar un campeonato en Ceuta. Leedlo, por favor, y tratemos de cumplir con lo que esos chicos esperan de nosotros.

Querid@s tod@s.

Esta tarde pasada he tenido la suerte de entrar al CIE de Algeciras para visitar a nuestros queridos amigos que esperan allí su destino.

Les he dicho que esta noche os escribiría a tod@s un e-mail y aquí estoy.

Os cuento lo que he vivido.

El viernes pasado llamé a David, nuestro policía, ángel de la guarda de los chicos, para poder visitar el CIE. Me dijo que le llamara el lunes para concretarlo. El sábado a la noche me llamó Ibrahim desde el CIE. Estaban todos allí (“Droit au but” al completo). Me pidió que os saludara a tod@s. Me dijo que todos estaban bien. Estuvimos un rato hablando y finalmente me pidió 2 cosas: que les trajera algo de ropa, porque hacía un frío que pelaba, y que le dijera cómo iba la copa de África –nos pusimos a reír- porque dentro no sabían nada (al no salir se une la incomunicación en nuestro querido CIE).

El finde llamé a Juanma por si me podía facilitar ropa para 7, y “voilá”, su mamá lo arregló todo.
El lunes le llamé a David –el policía- y estaba con un gripazo de narices, pero se comprometió hacer las gestiones para que el martes a la tarde pudiera estar un rato con los muchachos.

Y así ha sido. Llegué a eso de las 19:30, cargado con un maletón petado de ropa, que me dejó Juanma.

Al entrar ya me esperaban, pero el policía encargado estaba superagobiadísimo, porque acababan de entrarle 13 chicos (y parecía que venían de Ceuta). Por un momento me dijo que sólo podía dejarle la ropa y ya está; pero yo puse cara de pena y me acompañó dentro (no me pidieron ni el DNI, ni miraron la ropa). Había alguna familia musulmana visitando, pero hablando entre los barrotes de la celda. Era ya de noche y os digo que la escena me sobrecogió.

Había mucho caos. Policías para un lado y otro, muy nerviosos. Me acerqué a una puerta con rejas, que cerraba el paso a un pasillo, todo lleno de chicos que se asomaban curiosos. De pronto no lo reconocí. Con su gorro por encima, una voz conocida me dijo con tranquilidad: “Jesús”. Era nuestro querido Ibrahim Tahir. Me acerqué, pregunté por el resto y rápidamente aparecieron todos: Da Silva, Fabrice, Styve, Carmelo, Loumkua, sólo me faltaba nuestro Beou Syla, pero al pronto llegó. 


Hablamos entre los barrotes, nos alegramos, reímos. Ibrahim me preguntó por su profesora, Cande. Syla me dio la mano entre los barrotes. Le dije que tod@s les mandábais saludos, que estábamos rezando por ellos. De pronto un chico que no conocía se dirgió a mí. Me preguntó en francés, desesperado, si yo podía hacer algo para sacarle de allí. Le dije que sólo había venido a visitarles y que lo único que hacía era rezar por ellos. Me dijo que conocía la casa de Paula y que por favor rezara por ellos. Le dije “chaque jour, mon frére, chaque jour”, le pregunté su nombre: Ibrahim. Se acercó otro chico que conocía, con su gorra siempre puesta, Rumial.


Levanté la mirada, había mucha gente en aquel pasillo tras los barrotes: latinoamericanos, marroquíes… Alguien me dijo: Oye jefe, tú quién eres. Nuestro Ibrahim saltó: no se llama jefe, se llama Jesús, y es nuestro amigo. El que preguntó era argentino.

Por fin llegó el policía y dejó salir a los 8. Fuímos a un patio interior. Uno a uno nos abrazamos. Les volví a repetir que estaba allí para darles el aliento de parte de tod@s los que les conocíamos y para recordarles que Dios estaba con ellos. Sin pensarlo mucho, les dije: vamos a rezar juntos. Hicimos un círculo, los 9 nos dimos la mano. Inicié la oración y pedí a Dios que sintieran su fuerza, que les liberara pronto y dejamos un espacio de silencio para compartir. Carmelo agreció a Dios estar vivo y pidió por los gobernantes españoles para que les dejaran salir y por la sociedad que les iba a acoger para que recordaran que son también sus hermanos. Beou, imploró al Espíritu Santo para que se hiciera presente en medio de nosotros y llegara a todos los inmigrantes que en cada lugar de la Tierra caminan hacia la libertad prometida. Después seguimos orando en silencio. Finalmente, aún unidos, les pregunté que si querían mandar un mensaje a todos los que estábamos fuera que yo lo iba a transmitir y uno por uno fueron diciendo:

- Jesús, diles que recen por nosotros
- Di a tod@s que ya hemos pasado los 14 kms del Estrecho y que seguiremos adelante.
- Saluda a toda la Asociación Elín de nuestra parte, a las hermanas, a l@s voluntari@s. Diles que los sentimos cerca y que gracias por todo.
- Diles a nuestros hermanos de Ceuta, que ánimo, que no se rindan.
- Saluda a María, a Magadalena, a Cande a Regina, a Paula,… a tod@s de nuestra parte. Pronto estaremos fuera.

Y yo respondí que todo eso se lo diría. Y que ellos eran muy importantes para nosotr@s. Que Dios les había dado una misión de liberación para ellos mismos, para su familia, para su país, para la sociedad que les acoge y que estaría siempre con ellos.

Tras 15 mins eternos, llegó el policía diciendo que ya se acabó el tiempo. Les repartí la ropa y les dije que venía de parte dela madre de Juanma. Bromearon y se rieron, sobre todo Loumkua: “Gracias a los Reyes Magos”, dijo; que había conocido en Navidad en Ceuta.

Nos dimos los últimos abrazos, palabras de ánimo, sonrisas, agradecimiento,… hasta llegar a la puerta. Se perdieron tras las rejas, nos apretamos la mano entre los barrotes: “¡Droit a la liberté!”, grité. Asintieron y al momento se perdieron entre un mar de personas que con la oscuridad de una tenue luz, vislumbraba, de muchos lugares, muchas historias anónima, que ese día y los siguientes seguro que no visitaría nadie.

El policía me despidió, pero como ajeno a aquello, nervioso por el trabajo, e intuía que intentaba no dejarse afectar, no conocer,… para no tener que plantearse. Y se volvió a zambullir en su libro de entradas, donde seguía escribiendo números, sin querer saber los nombres.

Me vine con un sentimiento de tristeza y alegría a la vez. Tristeza, dolor y rabia, por toda la gente que había visto allí dentro, encerrados como animales. Y alegría porque nos habíamos visto, por un momento nos habíamos sentido iguales, nos recordamos que nos queríamos y eso era lo más importante.

Seguiremos queriéndonos y queriéndoles en la distancia con los deseos y la oración compartida, que os digo que llega, vaya si llega…

Jesús.